domingo, 4 de octubre de 2009

ENTERRADO VIVO!


Para un hombre, el peor de sus destinos es ser enterrado vivo. Así lo creía Edgar Allan Poe, quien en varios de sus relatos indago en esta espantosa forma de morir. No es para menos, imaginen por un momento la secuencia de horrores que atraviesa la infortunada victima de un entierro prematuro. Primero, un extraño despertar sumido en la oscuridad total y sintiendo el olor de la tierra húmeda. Luego, la gradual comprensión de lo que esta ocurriendo. A continuación, el pánico absoluto, el pedido de auxilio desesperado e inútil, las manos golpeando y arañando la madera. Finalmente, la mas cruel de la muertes, una asfixia lenta en la soledad mas absoluta.

Edgar Allan Poe busco en las profundidades de la tierra, allí desde donde los gritos de la agonía final no pueden escucharse, para nutrir su torturada literatura.


En algunos cuentos, el escritor se detiene en el sentimiento de culpa que atormenta a los familiares de una victima de un entierro prematuro, cuando al descubrir el error, ya es demasiado tarde. Tal es el caso de La caída de la casa Usher, de 1839.

Otros relatos también hacen referencia al tema de manera directa, como El tonel de amontillado (1846), o lo sugieren utilizando escalofriantes metáforas. El corazón delator o El gato negro, ambos de 1843, son dos ejemplos. En el ensayo Enterrado vivo (1844), Poe describe un puñado de historias contadas de boca en boca sobre sucesos que probablemente hayan sido ciertos para terminar con el bosquejo de un hombre que a causa de su mal (desvanecimientos súbitos que imitan los síntomas de la muerte) crea un ingenioso sistema que lo ayudaría a escapar de su propio ataúd en caso de despertar de pronto en el silencio sepulcral.


El director norteamericano Roger Corman, que adaptó varias de la obras de Poe al cine en los años sesentas, culminó su saga con una versión libre de este ensayo. El entierro prematuro (Premature burial, 1962) fue protagonizado por Ray Milland como el hombre de fortuna que convive con los temores mas oscuros de quien imagina el peor de los finales: La muerte a destiempo, en la hermética bóveda familiar. El film, hace un sugestivo uso de la luz y el color para las escenas de pesadilla en donde sus miedos mas íntimos parecen cobrar forma.

Uno de los efectos colaterales de los entierros prematuros fue ayudar a desparramar la creencia en vampiros en la Europa del siglo XVIII y XIX. Durante aquellos años, las epidemias de cólera que asolaron el continente provocaron millones de muertos. Cada familia que tenía una víctima entre sus miembros se apresuraba a enterrarlo por miedo al contagio, provocando una notable cantidad de equivocaciones.


Los ladrones de tumbas, que buscaban joyas entre los difuntos, los encontraban en posiciones extrañas, en buen estado de conservación y con sus manos llenas de sangre. Las leyendas de aquellos que abandonaban la tumba para nutrirse de la sangre de los vivos se revelaban como una verdad que no admitía discusión ante tales descubrimientos. Por aquel entonces se utilizan rituales para evitar las salidas nocturnas de quienes estrenaban la muerte. Era común, colocar objetos o plantas cerca o encima de la tumba, llenar su boca con ajo o inclusive clavar el cuerpo al ataúd.

Para evitar errores que deriven en "claustrofóbicos finales", el ex presidente norteamericano George Washington les pidió a sus amigos que luego de que su muerte haya sido decretada por su medico personal, esperasen tres prudentes días antes de enterrarlo.

Tantas fueron las historias de entierros prematuros que inevitablemente surgieron "ataúdes de seguridad" durante los siglos XVIII y XIX, para que la gente pudiera morirse tranquila. El primero de ellos fue patentado por el duque Ferdinando de Brunswick en 1792 e incluía la posibilidad de abrir el féretro desde dentro, para lo cual se vestía al difunto con una mortaja que poseía un bolsillo. En el se colocaba una llave, que facilitaba el escape. Por supuesto, este método solo tenía sentido para personas depositadas dentro de criptas.

Para aquellos que permanecían dos metros bajo tierra sus ataúdes contaban con una fuente de luz, la posibilidad de recibir aire desde la superficie mediante una estructura tubular y un dispositivo sonoro (campana) o visual (una bandera roja) para avisar a quien pasara por el lugar que alguien necesitaba ser desenterrado.

Estas alarmas no debían ser demasiado sensibles para que no se produjeran los "falsos positivos" es decir cuando movimientos involuntarios por acción de algún reflejo o agua de lluvia filtrándose a través del cajón provocaban la activación de alarmas y fugaz alegría de los familiares.

A pesar de que aun hoy existen en el mercado ataúdes con seguridad provistos de la ultima tecnología disponible no hay ningún registro de que alguna vez una persona haya sido salvada gracias a uno de estos mecanismos.